Contra-adicción-es

thTUATJAZK

 

thTUATJAZK
Iriondo.

Últimamente pienso mucho en la palabra banal. Este es su significado literal: lo trivial, común, insustancial, de poca importancia. De poca importancia. De poca impor,…¿Qué?

En numerosas ocasiones necesito hablar de lo que sea sin pensar lo más mínimo. Perderme por la zona de Ópera de Madrid y tomarme un café sólo. O simplemente llamo a mi abuela para terminar hablando del tiempo que hace en la capital.

Me encanta mi abuela. Jamás hemos hablado por teléfono más de dos minutos seguidos. Ni estando en el extranjero. Un saludo, saber cómo está y que hay que seguir remando para algún día llegar. Nunca decimos dónde, supongo que porque no lo sabemos, o tal vez porque lo importante es el trayecto.

El caso es que el enero pasado tuvimos un pequeño enfrentamiento por algo a priori bajo en sustancia. Me llamó más de veinte veces. Yo pensaba en ella casi todo el día. Hasta que fui a visitarla y lo arreglamos. La dije que era preferible cara a cara. Me dio la razón. Lo habíamos hecho toda la vida y así debía seguir. Si hasta mi abuela se contradice, ¿Cómo no lo voy a hacer yo? De hecho, tras despedirme, bajando las escaleras, pensé en cómo narices se me ocurrió no contestar una llamada de mi abuela. ¿Y si hubiese sido la última? Yaya, aunque pensaras que te contradecías, tenías razón. La contradicción de la contradicción. Si es que mi abuela es la hostia.

Mientras escribo estas líneas, he retrasado la actualización del sistema del ordenador en dos ocasiones, sabiendo que me iba a interrumpir cuando hubiese cogido carrerilla y me iba a joder muchísimo, pero yo que sé, cuando escupo letras no hay acera que no se humedezca. Y efectivamente, minutos más tarde he querido tirar el ordenador por la ventana.

En lo que llevamos de 2018 he vivido momentos muy gratificantes. Uno de ellos fue viendo en directo La Resistencia, el programa de televisión con el que más me he identificado en mi vida. Cierto es que nunca he sido mucho de tele en directo (salvo cuando veía en familia Los Serrano). Pienso que marca tu vida. Y teniendo los programas completos en internet, prefiero organizármela yo. Si los veo, es por las interacciones de los protagonistas del programa con los tuiteros o porque si no se me acumulan, y al final la lista se hace infinita. Que por cierto, hace poco me enteré de que hay gente que se dedica a ver los programas para ver si tienen errores. Les da igual el contenido del mismo, simplemente se fijan en los errores. No sé de qué pasta estarán hechos aunque seguramente de la mejor de Trastevere.

El caso es que La Resistencia me apasiona porque es un programa humorístico pero no como otro cualquiera. Busca ser rándom, lo más sencillo posible, pero con un trabajo detrás que no me lo puedo ni imaginar. Y además con la crítica mediante el sentido del humor. Y lo consiguen. Además, su animador de público, Jaime, es el tío que más gracia me ha hecho en la vida. Y no sabía ni que los programas tuviesen animador de público, Hulio.

Otro de esos momentos lo estoy viviendo hoy escribiendo en La Buena Vida. A veces soy como Pep Guardiola; meo colonia porque me fascinan y a veces me echo tanta que trago. Y otras soy como él porque robo ideas.

De otro entrenador de fútbol con el que viví en Inglaterra aprendí que quizá aumente mi rendimiento si lo hago (lo que sea que pueda hacer sentado), en una cafetería. Más que nada porque en casa me como la nevera entera y no me da tiempo ni a encender el ordenador. Cuando está vacía, pienso que tengo que cuidarme más pero veo por la ventana la de mi vecino, me cuelo y acabo con ella. Después escucho como discute con su novio, le llama gocho y acaban follando de una forma muy salvaje. Qué guapo estaría, eh.

Hace un rato un niño entraba a La Buena Vida para comprarse un cómic y hemos acabado hablando sobre la pasión de la ciudad de Bruselas por este género. Si su padre me hubiese visto a lo mejor hubiese pensado que quería follármelo. Pero simplemente me apetecía aprender sobre cómic. Que por cierto, vaya repaso me ha dado con diez años menos. Cuantos más años más sabes, ¿no?

La mitad de estas letras las estoy llevando a cabo escuchando música de fondo que me transporta al Valhalla y la conversación de uno de los actores más respetados de España que tengo a tres metros a mi derecha. No sé qué sentirás al leer-me-, pero te aseguro que yo ya no sé ni qué siento.

Cuando llevaba unos minutos seguidos escribiendo ha aparecido mi angelical pareja. Al escribir pareja, me viene a la cabeza alguien homosexual. Es un sesgo erróneo. Lo sé. Y todo porque hasta hace muy poco, o quizá aún sea, la homosexualidad no es respetada. Supongo que se llamaban o se llaman pareja así mismos por miedo al qué dirán. El puto qué dirán. Los putos criticones. Los putos faltones a homosexuales, y el puto yo, que de niño trató muy mal a su hermano. Menos mal que las personas cambiamos. O simplemente porque prefieren la palabra pareja a novio, yo qué sé.

Bueno, que mi novia ha venido a verme junto a una amiga a quien le acababa de dejar su novio. No se me ocurrió otra cosa que preguntarle que qué tal estaba. Joder, ¿cómo coño iba a estar? Odio cuando la gente hace eso. Ahora me odio a mí mismo aunque mi madre me diga que me tengo que querer. Que si no quién lo va a hacer.

Ahora su amiga está pensando en irse a vivir a Cádiz. Para arreglarlo iré a regalarle mi compañía en esa Mágicoa González ciudad.

Leer-me-. Desde hace años siempre estoy leyendo un libro. Da igual cuánto tarde, cuántos lea a la vez, o de qué género sean. Ahora leo Diarios y desvaríos, de Hovik Keuchkerian, mi último gran descubrimiento con la ayuda de mi amigo ozunero Ricky dientestorcidos tripaacordeón. Cuando estoy triste pienso qué harían sus tetas mientras está saltando en una colchoneta y se me pasa.

Hovik, en uno de sus poemas, escribe que una vez has plasmado tus palabras en papel, ya no son tuyas. Y es verdad. Por eso ahora mismo no me estás leyendo, estás leyendo.

Cuando me puse a escribir hoy, tenía pensado hacerlo sobre Antonio Iriondo, entrenador de fútbol al que ayer tuvimos el gusto de entrevistar en Balón a Tierra. Han pasado más de veinticuatro horas y aún estoy digiriendo sus palabras. A decir verdad, más que sus palabras, su silencio, sencillez y serenidad. Deseo con todas mis fuerzas algún día contarle a mis siguientes generaciones, si es que no soy estéril, que en marzo de 2018 conversé con tal maestro. Qué puta maravilla.

Desde que salí de la burbuja adolescente, estoy en la búsqueda constante del conocimiento, y una vez más, esta, de la mano del señor Iriondo, queda demostrado, que el fin de la vida es la sencillez, lo banal.

Gracias, Antonio, mi suegro, por crear a Paulaner, y al otro Antonio, Iriondo, por hacer que la vida y el fútbol sean lugares en los que poder respirar y encontrarme de nuevo.

 

Arone.

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑