Silenciados. (Concurso de Zenda).

Mi padre solía llegar a casa a la una de la madrugada. Me daba un beso de buenas noches y se duchaba.

Esa noche, una vez oí el agua caer, abrí la puerta de salida sigilosamente.

Horas antes, varios de mis amigos tuvieron la brillante idea de pintar célticas y esvásticas nazis en las paredes del patio del colegio, pues vieron durante la semana la película “El Diario de un Skin” y sobrepasaron la línea ficción-realidad. Obviando el detalle de que la Directora me había confiado las llaves del patio para que pudiéramos jugar al fútbol por las tardes con total libertad.

Quedé con mi aliado y amigo Fran en el túnel subterráneo que comunica el barrio Lucero con el dichoso patio, y llevamos a cabo una de las mayores estupideces que hoy, doce años después, aún está en mi ranking personal.

Nos acercamos a las pintadas, abrimos los cubos de pintura, mojamos los rodillos, y empapamos aquellos símbolos para librarnos de la culpabilidad.

Cuando estábamos acabando nos enfocan dos linternas desde lejos y echamos a correr. Con la fuerza de la adrenalina recorriendo nuestros cuerpos, saltamos la valla que separaba el colegio de la residencia de ancianos “Monte Hermoso”. Según bajamos al garaje recibí un porrazo en la pierna izquierda y caí rápidamente. Cómo había visto tantas veces en Hollywood, levanté las manos por encima de la cabeza y pedía perdón una y otra vez.

Fran había escapado pero no quiso dejarme solo, por lo que estuvimos intentando convencer a los policías de la verdadera escena del crimen.

Para nuestra ingenua sorpresa, acabamos en comisaría recibiendo la primera de tantas charlas sobre caminos torcidos.

Mi padre, que estaría en sus primeras horas de descanso unos minutos antes, apareció por la puerta de la comisaría de Carabanchel y se mantuvo en silencio hasta casa.

A la mañana siguiente me llamaron al despacho, y junto a nuestros padres y la Directora, vimos un vídeo de cómo estropeamos más aún la pared, teniendo que pagar el arreglo igual o superior a los siguientes cinco años de paga.

Por supuesto no sirvió de nada nuestro discurso heroico antifascista y nuestras tardes quedaron fulminadas. Pero entendí por primera vez que un silencio idóneo vale más que mil palabras.

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